No podemos
poner en espera lo que Dios va a hacer con nosotros. Cuando llegue el
momento, haremos lo que tengamos que hacer, pero no pongamos nuestra vida en
espera por una circunstancia de dolor que no se ha podido resolver hoy.
La grandeza de
un hombre que le cree a Dios es que, a pesar del dolor, la impotencia y la
ansiedad. Dios sigue cumpliendo su promesa sobre nuestras vidas. En medio
de esos sentimientos, Dios nos puede prosperar y bendecir. En medio del
dolor, Dios nos puede dar una familia, llevarnos a nuevos lugares.
(Génesis Cáp.28) A Jacob, por 20 años, le dolía el
estar lejos de su familia, le dolía lo que le estaba sucediendo. Pero aún
en medio de su dolor, Dios cumplía su promesa. Debemos creer que al Dios
que servimos va con nosotros en todo el camino. Por supuesto, hay
situaciones que hay que resolver en el momento necesario. Lo que tenemos
que conservar es un corazón dispuesto para cuando Dios nos indique lo que vamos
a hacer.
Las promesas
de Dios son más grandes que nuestro pasado, que nuestras angustias y que nuestros
“problemas”. Las promesas de Dios son las que nos definen, y no el dolor
de los problemas. Él nos dio una
palabra, y nos ha dicho: -No les voy a dejar, -no les voy abandonar, hasta
cumplir lo que he dicho.
Dios no nos dejará. El nos ha hecho, su proyecto de vida.
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