domingo, 27 de marzo de 2016

Estar Solo.



            Dejando a un lado el retraimiento extremo de aquellos sujetos que entran en reclusión esquizoide y niegan cualquier contacto humano significativo, a la soledad hay que saberla sobrellevar. Es conveniente estar con ella de vez en cuando. Nunca he visto que la soledad se promueva en la educación por valores. Se habla de amistad, altruismo y compañerismo hasta el cansancio, pero de la capacidad de retraerse a los propios espacios interiores, nada. Si el hombre sigue soltero después de los cuarenta, es estadísticamente sospechoso, y si la mujer no ha conseguido novio o esposo después de los veintiocho, se quedó para vestir santos. De una manera u otra, la soledad nunca se plantea como una elección viable, sino como algo desafortunado.
Toda nuestra formación está orientada hacia afuera: la búsqueda de distractores a expensas de la persona. Es tan malo ser ermitaño, como necesitar compañía compulsivamente.  Aceptar la soledad de vez en cuando significa adentrarse a un mundo donde la orfandad no duele, donde no prosperan las pérdidas, ni arrecian las amenazas.
La mejor manera de superar el temor a la soledad, es comenzar a estar solo. Ya sea por aproximaciones sucesivas o de una vez por todas, no hay otra forma: el miedo se vence enfrentándolo. Hay que arriesgarse, tener integridad para estar solo, soltar las muletillas y empezar a caminar sin ayudas. La soledad bien administrada, aunque duela, es una oportunidad para encontrarse a sí mismo, conocerse y fortalecer el potencial que tenemos rezagado. Si intentas meterte en ella, descubrirás, tal como decía Maeterlinck, que el silencio es el sol que madura los frutos del alma.


Walter Riso.

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