ALEGRIA
Nadie le permite a sus hijos bailar, cantar, gritar y
saltar. Por razones triviales -quizás pueden romper algo, quizás se les moje la
ropa con la lluvia si corren en el exterior-, por pequeñas cosas se destruye
por completo una gran cualidad espiritual: la alegría. El niño obediente es
elogiado por sus padres, por sus profesores, por todo el mundo, y el niño
juguetón es censurado. Sus ganas de jugar podrían ser totalmente inofensivas,
pero es censurado porque existe un peligro potencial de rebelión. Si el niño
continúa creciendo con total libertad para ser juguetón, acabará siendo un
rebelde. No será fácilmente esclavizado; no le podrán reclutar fácilmente en un
ejército para destruir gente, o para que le destruyan. El niño rebelde se convertirá en un joven
rebelde. Entonces no podrás obligarle a que se case; no podrás obligarle a
aceptar un determinado empleo; no se le podrá obligar a satisfacer los
deseos incompletos, y los anhelos de sus padres. La juventud rebelde seguirá su
propio camino. Vivirá su propia vida de acuerdo a sus deseos más íntimos, no de
acuerdo a los ideales de otras personas. Por todas estas razones, se sofoca su
capacidad de jugar, se aplasta desde el principio. Nunca se le da una oportunidad a su
naturaleza. Poco a poco empieza a cargar con un niño muerto en su interior.
Este niño muerto en su interior destruye su sentido del humor: no puede reírse
totalmente, con todo su corazón, no puede jugar, no puede disfrutar de las
cosas pequeñas de la vida. Se vuelve tan serio que su vida, en vez de
expandirse, comienza a encogerse. La vida debe ser, en cada momento, una
creatividad preciosa. No importa lo que cree, podrían ser sólo castillos en la
arena, pero todo lo que hace debería salir de su capacidad de jugar y de su
alegría.
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